top of page

Terapia de guardarropa

Este mes las cosas no han ido como yo quisiera. La pesa se mueve muy lentamente, oscilando entre la ganancia y la pérdida de peso. Apenas he bajado 2 libras en 12 días, y eso me preocupa y me frustra.

Ayer me entró la compulsión, el berrinche de comer un pan con queso derretido, del de cadena de restaurantes, de mis favoritos. Quizás fue porque hoy me chulearon en el gimnasio, o quizás la combinación de los halagos y tener que hacer compras en ese almacén enorme de comida donde venden todo tipo de delicias. El hecho es que cual pop-up de computadora, el diablito en la cabeza me urgía a pasar a comprar mi antojo al terminar mis compras. Pero no lo hice. No sé por qué no fui. Quizá necedad de seguir en este intento de cuidarme, o quizás fue por pura disciplina. Pero el diablito quedó insatisfecho. Me sentía frustrada y enojada de no comer lo que yo quería.

Aparecieron en mi cabeza ideas como “No importa. Cómelo hoy y cuídate mañana” o “Igual no bajas, aunque te cuides, así que si no vas a bajar, al menos concédete este gusto.

Pensándolo fríamente, cada vez que me he comido uno o dos de esos panitos, en cuanto me meto a la boca el último trocito se me acaba la felicidad y me queda la tristeza inconforme de que se acabó y quisiera otro.

Llegué a casa cargada de compras y pensando que picotearía lo primero que viera en la cocina, pero no lo hice. Me fui a bañar porque iba sudada de gimnasio… y algo mágico sucedió: al entrar al closet para elegir mi ropa del día, mis ojos vieron hacia arriba y encontraron mis dos cajas de ropa guardada porque ya no me quedaba. Esas cajas de donde recuperé 7 pantalones y 7 blusas hace poco, y decidí jugar de probarme la ropa, como experimento, para ver si de verdad mi cuerpo estaba estancado o si algo estaba ocurriendo aunque la balanza no quisiera mostrarlo.

Bajé la primera caja y fui probándome los pantalones uno a uno. Con alegría recuperé 4 pantalones más, una blusa y un suéter. Estos pantalones son de la talla con la que me siento cómoda. Ahora tengo en mi clóset 11 pantalones disponibles para mi uso, cuando en los últimos tres años tuve sólo 4 porque me negaba a comprar más pantalones de gorda. Aparte de eso, tengo un traje sastre completo, que me podrá acompañar en situaciones importantes, y más variedad de colores y estilos para vestirme.¡Ya eso es ganancia!

La felicidad de recuperar 4 pantalones más me ha durado un día ya… no 10 segundos como la del panito. Pero la cosa no quedó allí. Terminé de probarme el contenido de una caja, y bajé la segunda. La araña en mi cabeza me decía “¡Cielos! Se te está acabando la ropa! ¡Ya casi te acabaste los pantalones talla 12 que tenías guardados! ¿Para que bajar más? Ya no vas a tener ropa que rescatar. Te va a salir carísimo. Quédate así ya, o bajá sólo un poquito más para caber en los 12s más pequeños y ya.” Pero igual bajé la caja número dos.

¿Qué descubrí allí? Descubrí que esa caja tiene ropa más chiquita: pantalones 12s pero pequeños, 10 e incluso 8. Los 6 los regalé hace rato porque esa talla me parece imposible de mantener. O sea, querida Araña, que no hay de qué preocuparse. Pero el mayor descubrimiento sucedió en esa caja número dos:

De esa caja salió la blusita morada del recital de piano de mis hijos, que no me queda hace siglos, el pantalón del traje sastre con el que conduje el Congreso Mundial del Azúcar y el de Transparencia internacional y que aparece en esa foto de cumpleaños que cada vez que la veo digo: ¡Pero qué feliz estaba! Descubrí que la talla 12 de ahora es mi talla de resignación. La 8, en cambio, es mi talla feliz. La talla que me acompañó en esa etapa de mi vida que yo recuerdo como sumamente gratificante, en paz y llena de gozo.

Todo eso me llevó a pensar: ¿Qué ha cambiado desde entonces? Si la talla 12 es de resignación y la 8 de felicidad, ¿Qué tenía entonces que no tengo ahora? Y pensé:

-pues en 2003, época de la talla feliz, al igual que ahora, no ejercía mucho mi profesión, pero tenía sentido de vida porque mis hijos eran pequeños y yo los estaba acompañando en cada paso.

- Mi mamá ya había muerto y mi papá se había retirado del puesto de patriarca, así que la misma tristeza de ahora estaba presente, pero no me impedía ser feliz.

-Bailaba con mi grupo de amigas, que me retaba a estar delgada y a ser mejor cada día. Eso se acabó, porque mi grupo se disolvió y mi maestro se retiró.

-Y lo más importante: en esa talla 8, mi vida era lo que yo quería y mi matrimonio era muy sólido. Sentía que mi esposo y yo estábamos bien compaginados, viviendo en sintonía nuestra vida y nuestra familia… eso se derrumbó en 2008 con la necedad de mi esposo de cambiarnos de casa, pero el pleito empezó un par de años antes.

Sí, en la talla 8 vivía la vida que yo quería. En la talla 12, viví resignada a hacer la voluntad de mi marido para evitar males mayores. Talla 12 es talla de cuando capitulé mi voluntad con tal de mantener a mi marido contento. Talla 16, la de capitular por tercera vez.

No se si es estirar demasiado estos descubrimientos el darme cuenta de las siguientes sentencias:

-que si quiero mantenerme en mi talla feliz algún día, debo vivir la vida que quiero.

-Necesito encontrar el modo de marchar genuinamente al unísono con mi esposo, teniendo las mismas metas y objetivos como matrimonio.

- Debo aprender a defender mis puntos y no capitular nunca más.

- Además, necesito encontrar una ocupación que de sentido a mi vida ahora que mis hijos no me necesitan más, y

-hacer alguna actividad física que me rete y me haga sonreír…

y todo esto, lo aprendí en mi guardarropa.

bottom of page