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El costo de estar delgada



¡Qué envidia me das!- me han dicho algunas amigas al verme.

Envidias el resultado, amiga – he contestado- porque no conoces el proceso que me trajo a estar así.


No es que me queje de los esfuerzos o sacrificios que he hecho los últimos 8 meses para estar donde estoy hoy: a unas de 10 libras de mi peso saludable. Esto es lo que yo quería y QUERÍA, porque una cosa es querer como sueño imposible y otra QUERER hacer lo necesario para alcanzar lo que uno desea.

Con frecuencia escuchamos de las maravillas que trae estar delgado, pero poco platicamos del costo que tiene el lograrlo para alguien que desde hace muchos años tiene una relación complicada con la comida. Quizás quien es flaco de siempre te dice que no le cuesta nada cuidarse. Pero aceptémoslo, si estás leyendo este blog es porque ese no es tu caso y tampoco es el mío.

Sólo puedo compartir acerca de lo que conozco, y hoy quiero compartir contigo lo que en mi caso me ha costado lo que he logrado. El ir alcanzando la delgadez ha implicado cosas como:

  1. Aprender a dejar de pensar en cómo yo creo que debo comer y confiar en que mi nutricionista sabe de esto mejor que yo.

  2. Aprender ser obediente, disciplinada y descarada para ir logrando una forma nueva de relacionarme con la comida, con los demás y con mi cabeza de un modo totalmente distinto.

  3. Trabajar en la constancia: El ir construyendo una nueva naturaleza se hace día a día, momento a momento. Cada día, todos los días. Así como bañarse, cepillarse el pelo o maquillarse, la delgadez se trabaja todos los días, sin descansos, vacaciones o días festivos.

  4. Decirle a mi cabeza que no decenas de veces al día: cuando me sugiere que quiere comer esto o aquello, le digo que no una y otra vez. Y la cabeza es insistente. Por eso me ha adelgazado el cuello: de tanto mover la cabeza de un lado al otro para decir que no. Hay muchas maneras de decirle a la cabeza que no: convencerla, por ejemplo de que no lo necesito. O que todavía no, para darle algo de esperanza. Pero lo crucial es decir que no, no, no, NO tengo autorización para comer lo que yo decida. Porque a veces he dicho que sí, y el resultado siempre me trae problemas.

  5. Desarrollar la paciencia: paciencia con la pesa, que no siempre se mueve como yo quiero. Paciencia con el ejercicio, que tengo que hacer a mi ritmo de quema de grasas cuando desearía poder correr como gacela en la sabana. Pero sobre todo, paciencia conmigo misma, porque he encontrado mil modos de fracasar en el intento.

  6. Buscar nuevas fuentes de motivación para volver a levantarme después de los tropiezos frecuentes de los últimos 6 meses.

  7. Hacer ejercicio sí o sí. Por motivación o por disciplina, pero hacerlo. Y hacerlo de forma obediente, no como yo quiero, sino como lo necesito.

  8. Aprender a ver a la comida como una fuente de energía necesaria, pero no como forma de celebrar, consolar, acompañar o matar el aburrimiento.

  9. Desarrollar un cuero bien grueso, para no permitir que lo que me digan los demás me haga abandonar esto por completo.

  10. Volverme desvergonzada, para poder comer a las horas que me toca, lo que me toca, en donde sea que esté. Mi lonchera me acompaña a todas partes.

En otras palabras, he tenido que aprender a batallar contra mi propia naturaleza y a desarrollar una serie de destrezas que me permitan seguir en mi cuidado. Eso incluye comer trozos de zanahoria en el cine en lugar de poporopos, o yogur que yo llevé a un desayuno en lugar de complacer al anfitrión; llevar comida adecuada para mi cuidado dentro de mi maleta cuando voy de viaje. Ir al supermercado donde esté, o alquilar apartamento en lugar de hotel al viajar para poder cocinar. Socializar con un vaso de agua en la mano o un café y sentarme muy lejos de las boquitas, o decidir que si no creo poder cuidarme en un evento, no voy. Ponerme papelitos de recordatorios, alarmas en el teléfono, cambiar mis tradiciones, alejarme de la cocina y sobre todo aceptar que para lograr algo extraordinario necesito estar dispuesta a hacer cambios extraordinarios. Es una factura que pago todos los días, en todo lugar.

Quizás los costos más altos para mi han sido tener que mostrarme abiertamente diferente a los demás, aceptar que esto es lo que me toca y mostrar de forma transparente que esto es una lucha de cada día, que no soy perfecta, pero soy luchadora. Para mi no ha sido fácil. Pero ahora, lo hago porque quiero terminar lo que empecé, y finalmente, algún día sentir que mi peso es algo que controlo yo, por salud, por autoestima, y porque puedo.

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