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Las perlas recuperadas

Fue la vergüenza, te conté, la que me impulsó a intentar este cambio. Vergüenza de muchos tipos: de entrar en un salón y saber que era la más gorda en el lugar. Vergüenza de pasar meses con la misma ropa porque me negaba a ir a comprar más ropa grande. Pero sobre todo, vergüenza de sentirme incapaz frente a esta traición que me jugó el metabolismo. Así lo veía yo, como la traición de seguir comiendo igual, pero ganando peso. Eso es lo que yo llamo “vergüenza a grandes rasgos”.

Pero hay otro tipo de vergüenzas, esas que casi nunca se ven pero están allí, como una espina clavada hace tanto tiempo que te acostumbras a vivir con la molestia. Una de ellas, por ejemplo, era temer la muerte de mis perlas porque, aunque en serio no soy muy del gusto de usarlas, aunque habría querido sacarlas a pasear de vez en cuando, me quedaban espantosas. Más que joya elegante, me quedaban como collar de perro. ¿Será cierto que si uno no usa sus perlas se van poniendo opacas y se descascaran? Creo que sí, porque así están unas que heredé de mi abuela.

En los 10 meses y 58 libras que he bajado, he perdido muchos centímetros del cuerpo, y entre ellos, 5 del cuello, lo cual ha hecho que mis cadenas me queden más largas y ¡Oh sorpresa! los collares de perlas me queden como deberían, como me quedaban hace años: uno fue regalo de graduación del colegio, otro, de cumpleaños de esposa joven. Otro, herencia de abuela. Todos albergan recuerdos de logros y épocas felices.

No puedo evitar preguntarme si, aparte de poder salvarle la vida a mis perlas cuando quiera, hay otras “perlas” que he recuperado en este tratamiento, no tangibles, pero infinitamente valiosas: el sentirme capaz ante esto que antes era imposible, el ganar resiliencia, el vivir con congruencia entre lo que pienso, lo que hago y cómo me veo, la compasión que he adquirido por quienes, como yo, luchan por ser la mejor versión de sí mismos, la apertura a enfrentarme día a día con lo feo, lo difícil y lo frustrante que he descubierto de mí misma, sin rendirme todavía. Y me pregunto, también, si eventualmente muchas otras virtudes personales, como mis perlas, habrían muerto sofocadas bajo el peso de más, si no hubiera hecho algo al respecto.

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