¡Qué dolor es ir al supermercado!
Siento que me estoy desvaneciendo, disolviendo, adelgazando y medio muriendo a cada paso que doy por las góndolas del supermercado. Las impulsadoras me ofrecen esto, aquello y lo otro, y yo respondo con elegancia y dignidad que no gracias, una y mil veces.
El estómago hace ruidos de protesta, recordándome que es hora de comer e insistiendo que quiere probar eso. Mi cabeza le responde que se espere, que no voy a meterme en la boca lo que no me conviene comer y que no voy a negociar. En cuanto termine este mandado iré a casa y prepararé el almuerzo. Desayuné hace tres horas y sé que estoy dentro del límite de tiempo adecuado y no me voy a morir ni de hambre ni de antojo. Nada de berrinches, por favor.
Qué dolor es ir al supermercado y peor, teniendo hambre. No es fácil intentar preservar mi cuidado y cumplir a la vez con mi responsabilidad de procurar los alimentos para la alacena familiar, mientras el estómago cruje y los antojos no me dejan en paz. Pero no caigo.
¿Es esto fuerza de voluntad? Realmente no.
He aprendido que para lograr salir victorioso del supermercado se necesita, antes que nada, saber que es posible hacerlo. No es cuestión de fuerza de voluntad sino de técnica, conocer pequeños trucos que nos facilitan el control mental necesario para no negociar con la loca de la casa y parar llevando -o lo que es peor- metiéndose a la boca- lo que no es necesario.
Unas claves importantes son: llevar una lista y no desviarse de la misma, no ir con hambre , y sobre todo, decirle a la cabeza que uno está en control y que no va a pelear porque ya decidió que no quiere comprar lo que no le conviene. Masticar chicle puede ayudar, pues no se puede comer si tienes un chicle en la boca. También ayuda llevar una botella de agua y beberla cuando crees que tienes hambre. Yo finjo que instalé adblock a mi cerebro y no engancho mi mirada con lo que no debo comprar. También sirve navegar el súper como misil teledirigido, yendo a lo que la lista dice y nada más. Hay que saber que el súper no es un lugar para ir de paseo, si tienes problemas con tu peso. Una vez comprado todo, he descubierto que tengo que ponerlo en el baúl, lejos del alcance de mi mano traicionera.
Sería más fácil ir al súper con un letrero colgado al cuello que dijera “no me ofrezca, estoy a dieta!!” pero prefiero guardar mi dignidad, ir como mujer en misión peligrosa y saber que quiero ganar yo, ignorando a la vocecita que, cual niño berrinchudo, me insiste en los motivos por los cuales sólo esta vez se vale hacer trampa.
En esta ocasión logré salir sin polizones en las bolsas y con la dignidad intacta, lista para afrontar el siguiente reto con la solvencia moral de haber vencido esta batalla, aunque sé que esta guerra no se acaba nunca.