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Benditos jeans


Declaro el día de hoy, 15 de noviembre de 2018, “El día de la aceptación”. Hoy acepté con cariño y con sentido del humor, que me cuidaré toda la vida. Estuvo fácil.

Ja, ja. ¡Claro que no estuvo fácil! Me tomó exactamente 304 días y 90 entradas de blog llegar a este momento. Me siento muy zen. Estoy en paz. No voy a pelear más.

Al igual que no estallé de emoción al llegar a mantenimiento, hoy tampoco me siento eufórica.

¿Tuve acaso una experiencia metafísica, una sublime epifanía, un milagro? Para nada. Tuve una visión de horror, una imagen aterradora y poderosa que me abofeteó con fuerza para que abriera los ojos y dijera de una vez por todas, “hasta aquí”: Ví la imagen de mi panza zampada entre los jeans de Barcelona, con una horripilante lonja por encima: la mía. Fue espantoso.


Eso bastó para recordar cual cascada las cosas que he escuchado muchísimas veces decir a Marcelo. Especialmente su idea de ¨la huida de Egipto”: Cuando la situación es extrema, no se abandona lentamente, empacando y despidiéndose. Se huye despavorido, dejándolo todo tirado para ponerse a salvo. Ahora lo entiendo. Antes no. Sonaban las alarmas de las libras que subían y no las escuchaba, porque no había querido ver el peligro. La ropa me quedaba, me sentía bien con las libritas de más, no había habido realmente consecuencias. Por eso, coqueteaba con el desborde, jugaba con fuego, me justificaba de por qué sí se valía comer fuera del plan. “Lo que subí no lo nota nadie, mi ropa me queda. Esto sólo lo sé yo”, dije en otra entrada de blog. Pero, disculpando la metáfora, a cada coche le llega su sábado, decía mi abuelita.

Llegué a la aceptación cuando menos lo esperaba. Estaba en mi closet buscando una combinación imposible: informal y fabulosa para presentarme en sociedad, porque tengo dos reuniones este fin de semana con esas exigencias de vestuario. Busco mis jeans. Los azules no están. Ok, entonces los negros. Los descuelgo, me los meto y … ¡se habían encogido! ¡No puede ser! Voy corriendo al espejo y veo esa imagen que fue tan aterradora que tuve que tomarle foto para no olvidarla jamás. Recuerdo otra foto de mi panza metida en los pantalones, pero de hace 8 meses, cuando lo que no dejaba de encogerse era la panza, plana, definida y hermosa. ¿A dónde se fue??? Ok. Los jeans negros no, ¿Cuáles sí? Me pruebo los pantalones beige y…. Sin muffin top pero apretados de la panza. Los pantalones azules, sin muffin top, pero apretados del sentadero. La blancos no aplican, los negros tampoco, los corintos me aprietan de las piernas. Repaso lo disponible pero nada es lo que necesito. Lo que hay es lo que hay. Ya no tengo ropa en el closet de muchas tallas, tengo sólo lo que me queda.

Oh cielos. (Aquí realmente quisiera decir un rosario de barbaridades)


Abro los ojos como platos y caigo en cuenta de lo que pasó: alcancé la libra de plomo. Cuando se adelgaza, al principio nadie lo nota, pero de pronto todos parecen darse cuenta y te lo dicen. Es a eso a lo que llaman la libra de oro. Esta es la de plomo, y les digo, todos mis pantalones recibieron el memo. Lo más extraño es que tengo una semana exactamente en el mismo peso. El recurso de la negación caducó. La ropa me lo muestra y ahora sé que seguro esta semana en el mismo peso lo que sucedió fue que cambié músculo por grasa y la grasa es más voluminosa.

Es momento de salir corriendo, no a comprar ropa nueva, como habría hecho antes, sino a hacer lo que sé que funciona para estar donde tengo que estar y sentirme como quiero sentirme. ¿No me gusta cada parte del tratamiento? Así es. ¿Me aburro de cuidarme? Por supuesto! ¿Me canso ganso? Con frecuencia ¿Es todo esto ajeno a mi propia naturaleza, al chip que traigo instalado? Ajá. ¿Tendré que cuidarme el resto de la vida? No hay de otra.

Pero….

A diferencia de otras veces en las que bajé de peso solo para volver a subirlo, ahora sé hacia donde correr. Sé lo que tengo que hacer, y sé que sirve. Ahora sé cómo reacciona mi cuerpo, las locuras que me digo, las situaciones que me ponen en peligro. He comprobado que no puedo salirme con la mía, y tras tanto ensayo y error, lo acepto. Solo así estoy segura de que no seré XL nunca más. Estoy serena, al fin lo acepté.

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