La rebeldía, ¿Virtud o defecto?
“Me siento esclava de mi cuidado” le dije a Marcelo. Quizás por eso a veces me rebelo. Esa rebelión es quizás es el germen que desató los abandonitos, esas pequeñas transgresiones que me tienen como perro mordiéndome la cola en lugar de cómo tortuga que llega a la meta. Mis abandonitos quizás son pequeñas válvulas de alivio para la frustración, o pequeños estallidos de rebeldía ante este control constante que requiere mi cuidado. Son espontáneos, irreflexivos.
Creo que es muy natural rebelarnos cuando encontramos un límite molesto, en cualquier aspecto de la vida: Nos rebelamos ante los padres estrictos, ante los maestros injustos, ante el gobierno corrupto. También nos rebelamos ante la gordura. Esa rebeldía nos lleva a buscar cambios y con suerte, logramos instalar cambios estructurales que nos dan como resultado una vida mucho más llevadera. Aprender a vivir con el límite molesto, porque es lo que nos toca, es harina de otro costal. La rebeldía ante lo incómodo salta al rescate de forma inconsciente.
Pero pensándolo bien, esa rebeldía ante el cuidado me deja muy mal parada. Entonces, la rebeldía, ¿Es una virtud o un defecto? Depende, verdad. Depende del resultado.
Si la rebeldía me lleva a un estado de mejor bienestar, de evolución y paz, bienvenida, como lo fue el rebelarnos ante estar inconformes con el peso de más, que nos llevó a trabajarlo y a superarlo. Si la rebeldía me tiene estancada, creo que es hora de ir cambiando de estrategia.
Sospecho que Edgar Allan Poe nunca estuvo a dieta, pero dijo algo que hemos experimentado: “¿No tenemos en nosotros una perpetua inclinación, pese a la excelencia de nuestro juicio, a violar lo que es la Ley, simplemente porque comprendemos que es la Ley?” Pareciera que el ilustre escritor alguna vez intentó dejar de comer pizza para notar que por decidir no comerla se le antojaba más que nunca, como algunos de nosotros, que cuando una dieta nos dice que no podemos comer esto o aquello, levantamos el mentón, hacemos nuestra mirada más descarada, y nos lo metemos a la boca. ¡Ja! ¡A mí no me manda nadie! Nos portamos rebeldes y encima nos sentimos cool.
La cultura popular de nuestras épocas mira la rebeldía con buenos ojos, como algo emocionante y juvenil. Basta con echar una mirada a las películas donde los rebeldes son los buenos (Como la Guerra de las Galaxias) o escuchar canciones que son verdaderas odas a la rebeldía. Lo vemos por todas partes: Meryl Streep dijo: “Prefiero ser rebelde que esclava. Insto a las mujeres a la rebelión.” Rose, la de Titanic, dice en la película “Exteriormente era todo lo que una jovencita bien educada debía ser pero mi interior gritaba en rebeldía.” “Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros.” ¿Saben quién dijo eso? Sócrates. Desde sus épocas los jóvenes eran rebeldes. Quizás en nuestra cabeza rebeldía equivale a juventud. Y nadie quiere ser viejo.
Personalmente, me gusta esta del escritor argentino Lucas Leys: “La rebeldía puede ser un don maravilloso. Es la rebeldía la que dispara la creatividad, la exploración, el progreso y las revoluciones.” Leámoslo más despacio. “la rebeldía puede ser un don maravilloso, (cuando) dispara la creatividad, la exploración, el progreso y las revoluciones. Y cuando nos lleva a vivir de forma más agradable, digo yo.
Por eso, acuño un nuevo mantra: “Rebelde ante lo que me hace mal; amigo de lo que me hace bien.” (Rebelde indiscriminadamente de si me hace bien o mal, no sirve). ¡Touché!
Regresando al tema de rebelarnos ante el límite desagradable que encontramos cuando queremos cuidarnos, y viendo que eso no sirve, por los malos resultados que trae, entonces, ¿qué sirve? Lo que sirve, queridos amigos, es lo que una amiga llama “Amigarnos con el monstruo”. De eso hablaremos en la siguiente entrada. ¡Hasta entonces, a rebelarnos ante lo que nos hace mal, y a ser amigos de lo que nos hace bien!