La dieta de la llorona
Desde que empecé la dieta hace un mes, he llorado más de una vez. Y son lágrimas con sentimiento, de esas que provienen de encarar lo que uno ha enterrado con comida hasta ahora.
Yo no me había percatado del grado en el cual la comida me acompañó hasta antes de la dieta para ayudarme a sortear situaciones difíciles. Claro, también sirve la comida para acompañar acontecimientos felices, eventos sociales, aburrimiento, falta de oficio. Pero las lágrimas vienen cuando uno no puede recurrir a la comida con cuestiones que realmente golpean y, al no tener a la comida como difusor de la bomba emocional, no queda más que absorber en el alma el golpe en toda su plenitud y sin anestesia.
¿Cuándo he llorado? Cuando no pude conectarme con mi madre muerta a través de comer lo que comíamos juntas. También cuando descubrí que me resigné por muchos años a no soñar más con nada para no enfrentar que me digan que no. Lloré además cuando descubrí que me fui haciendo tan de lado, que ya no me conozco. Ah! También cuando por más que lo deseo, no puedo enfrentarme a mi principal trauma del momento. Y hoy, cuando mi hija de 18 años estuvo desaparecida por mas de tres horas, pues me conecté con uno de mis terrores más enraizados y con sobrados motivos. Y ahora que sé que no está muerta, tengo ganas de asesinarla al estilo de Uma Thurman en Kill Bill. Y no quiero recurrir a un buen tequila ni a un santurrón chocolate, porque estoy en esto y algo he aprendido: aprendí que el momento pasa y las libras quedan, y que los sentimientos que uno se guardan, engordan. También aprendí a decir “no quiero” en lugar de “no puedo” comer lo que no me ayuda a lograr mis metas. Y como no comeré ni beberé lo que no debo, y mi conciencia de madre cristiana me encadena al mandamiento de no matarás…. Lo único aceptable es llorar, pero en privado… hay que guardar las apariencias.