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No puede ser de ambos modos

Gracias a Dios aprendí de pequeña a jugar juegos de mesa, desde serpientes y escaleras hasta Rummikub, pasando por monopolio, damas chinas, Life, Shanghai y muchos otros. Desde pequeña aprendí que en los juegos, uno parte de lo que la suerte le asigna. A veces, como en Damas, se empieza en igualdad de condiciones con el adversario. A veces, como en Monopolio, depende de la suerte del primer tiro de dados. Existen las reglas y si uno quiere jugar con otros, debe seguirlas. A veces, por cuestión de estrategia, otros son más hábiles que yo (especialmente jugando a las Damas). En otras ocasiones, a uno le va mal por mala suerte, e igual tiene que aguantarse a que pase su mala racha, o ponerse enojado y dejar de jugar. Así son las reglas. A veces, puede parecer injusta alguna regla, pero la verdad, las reglas son las reglas y es más divertido jugar como se debe que andar alegando por qué son como son. En el fondo, sabemos que las reglas están hechas para que el juego funcione. A veces ganamos y a veces perdemos, pero siempre aprendemos. Además, el chiste del juego es pasarla bien. Si no, ¿para qué jugar? Mientras más jugamos, mejores nos volvemos en el juego. Vamos aprendiendo pequeños truquitos y estrategias que nos ayudan a jugar con mentalidad de ganar . Además, si uno disfruta el juego, el resultado es lo de menos (siempre y cuando gane yo J). Para algunos hacer trampa es divertido, sencillamente para ver si los atrapan in fraganti. Pero si te ganan con trampa, sabrás que esa persona, al menos en el juego, no es de fiar y, si decides jugar nuevamente con ella, tendrás que tener mucho cuidado, vigilarlo. Y eso le resta placer al juego porque aparte de concentrarte en tu juego, debes tener al oponente muy controlado.

Pero esa resignación a las reglas del juego no se ha trasladado a mi forma de comer. Cuando se trata de comer, yo quisiera pensar que puedo hacer lo que todos hacen y que no hayan consecuencias. Ayer, por ejemplo, tras muchos días de cuidado, decidí ser rebelde y escaparme dándome un gusto. Un gusto que no se volvió un desborde estrepitoso. Sólo fue un gusto merecido tras tantas restricciones. Fue un acto deliberado, consciente, decidido. Tanto así que no hice ningún intento por pedir ayuda, porque ayer, tenía ganas de no ser responsable. Y hoy, la pesa retrocedió una libra. No sé cómo hizo eso, porque lo que me comí de más no pesaba una libra. Hice el resto de cosas bien! Caminé los 10K, 45 min de ejercicio tomé mis líquidos, comí con horario, etc., etc. Una escapadita me costó una libra. Pero esa libra realmente me costará al menos dos días: hoy para bajarlo (si es que lo logro), y mañana para intentar seguir bajando. Encima, en este momento, cada día cuenta porque esto es contrarreloj. Dentro de pronto me toca probarme el vestido y eso, tiene fecha definida.

Ayer quise jugar de que las reglas no existen. Y las reglas de este tipo de tratamiento dictan que o haces todo bien, o no bajas. Punto. No importa si hiciste casi todo bien. Esa es la regla del juego. No importan las circunstancias, las luchas internas, los pequeños triunfos de voluntad día a día. Esa es la dura realidad. Pero el gran descubrimiento es que yo vivo con un tramposo en mi cabeza que me hace creer que yo tengo el control cuando no lo tengo. A veces es esa araña tramposa la que me urge a comer lo que quiero en el instante haciéndome imaginar que no habrán consecuencias. Me presiona y me molesta hasta que caigo creyendo que soy yo la que decidió. Esa tramposa que me dice que coma “como gente normal” como si “lo normal” hoy en día fuera que la gente sea delgada. Basta ver alrededor para fijarnos que la delgadez y el estar saludable es un bien codiciado porque es escaso. Casi todos tienen sobrepeso. Y los delgados… ellos juegan un juego que yo todavía no he aprendido a jugar. No sé qué magia hacen pero me sospecho que tiene que ver con comer poco y hacer más ejercicio del que hago yo.

Al menos una regla de Rummi puedo aplicar: en este juego, o comes (fuera del programa), o bajas. No puede ser de ambos modos.

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