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La Diva peligrosa


La Diva vive en mi inconsciente y sale a relucir cuando las cosas empiezan a ir bien para mí. Me visita tras días de continuidad, donde la pesa empieza a moverse hacia números más pequeños, o cuando tengo que sacar ropa del closet porque ya se me cae. No pierde ocasión de salir a pavonearse en mi cabeza, para hacerme creer que estoy bien y que puedo darme algunos gustos ya. Y causa amnesia momentánea, porque al hacerme sentir bien, olvido que me falta bajar casi 40 libras más y que el trabajo no está terminado.

Sé que la Diva vino a visitarme porque empiezo por sentirme bien, y muy feliz de que al fin tanto esfuerzo se va viendo un poquito remunerado. Y digo un poquito, porque puede aparecer después de haber bajado una libra nada más.

Entonces, me hace sentir linda. El problema viene después.

Vino de visita ayer, antes de la celebración del día de la madre. Tenía planeado qué me pondría, pero, aunque eran pantalones recién recuperados de la caja y siendo re-estrenados, su holgura me hacía sentir incómoda. Empezó entonces la agonía inversa en el closet. Cada cosa que me probaba se veía y se sentía floja y tuve que recurrir a la caja de ropa que aún no me queda y allí, encontré unos jeans que me quedaron perfectos. La semana pasada no me cerraban. Entonces me los puse, feliz de enfrentar con ellos la reunión familiar.

Tenía todo preparado. Comida adecuada para mi, no hice postre. Bebidas adecuadas. Además, hice mucho ejercicio antes a tal punto que a medio día me felicitó el fitbit por mis 10mil pasos logrados. Me mantuve alejada de las boquitas, botella de agua en la mano.

Luego, sin darme cuenta, la Diva tomó el control de la reunión y como es difícil que dos manden la cabeza al mismo tiempo, a ratos mandó ella. Ella es excelente anfitriona y empezó a ofrecer tortillas calientes con queso de crema a los invitados, quienes, felices, las degustaban. Luego ella misma se sintió cool y se comió una tortilla también. O dos. O tres, quizás.

El almuerzo transcurrió sin deslices. La fiesta se acabó, y los invitados se fueron, dejando atrás todos los sobrantes del almuerzo y me dispuse a poner las cosas en orden. Los nachos quedaron a la par del queso crema y discretamente, la diva tomó uno y le untó quesito. Los frijoles estaban a la par, y como son el complemento perfecto, decoraron el nacho también. Estaba bueno, así que mejor comer otro, y otro. Por allá quedó el turrón del pastel. A mí el turrón no me gusta, pero ya que todos dijeron que estaba tan bueno, la diva remojó una cuchara y lo degustó. No estaba tan bueno después de todo. El queso de cabra sí le gusta a la Diva, y cada vez que pasaba cerca del queso, extendía su mano para tomar una rebanada pequeñita.

Tuve que huir de la cocina después de varios intentos de arreglar el desastre. Metí los platos a la lavadora. Apilé las fuentes de servir y a todo prisa guardé en recipientes en la refri lo que quedó y dejé las fuentes sin lavar para salir huyendo.

La diva se había instalado en mi cabeza y apoderado de mis manos. He escuchado que a nadie le meten comida en la boca, pero será porque no conocen a mi Diva…o quizá sí. Porque acabo de caer en cuenta que la Diva no es otra cosa más que la araña, disfrazada.


PD: la mañana siguiente a este desborde, la pesa me informó que había subido 1.3 libras, y retrocedido tres días en mi cuidado. ¡Gracias, Diva desgraciada!

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