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Saliendo de mi concha.

Cual cangrejo ermitaño, poco a poco voy saliendo de mi concha. Durante años me pasé tratando de lidiar yo sola con esto de que la pesa la tenía contra mi. Me da vergüenza todavía aceptar que, aunque soy más o menos eficiente para algunas tareas, cuidar de mi peso no ha sido mi fuerte. Hay mucha gente a la que parece no costarle trabajo, pero yo no soy de esos seres bendecidos con un metabolismo rápido que pueden comer lo que quieran sin consecuencias negativas. Yo no tenía idea de qué hacer para detener la macabra tendencia de mi pesa, que insistía en decirme cada vez números más grandes.

Y lo sufría más o menos en silencio. Tenía a Anne y a Karina, que me han escuchado con paciencia mis historias de frustración. También a Beatriz, quien me hizo descubrir a través de su coaching que para alcanzar otras metas que tengo en la vida, lograr un peso decente era mi meta número uno. A María José, que siempre tenía palabras de fe para alentarme, a la Ale, que está conmigo en esto y a Julio, mi querido esposo, quien siempre me ha visto más bonita de lo que yo me siento.


Julio ha apoyado esta iniciativa y muchas otras, porque quiere verme contenta, y el saber que está conmigo en esto me ayuda muchísimo, porque me hace sentir importante y acompañada. Me acompaña cuando puede a pasear con Emma, la perrita Labrador que nos tiene encantados. Casi nunca me dice que no, sea a descubrir nuevos senderos cuando vamos a pasear por las montañas de Atitlán, jugar Bádmington conmigo aunque no tenga ganas y esté cansado, o comer comida igual a la mía aún cuando hay viandas de fiesta para todos los demás. Además, me ha puesto un nuevo sobrenombre cariñoso que me encanta: “¡Flaca!”, el cual pronuncia con una sonrisa que se refleja en su mirada.

Julio ha sabido ir adaptándose a mis cambios con entusiasmo y humildad, como para el día de la madre, cuando alegremente me compró una batidora semi-industrial para que yo cocinara lo que ahora no puedo comer y luego notó que esa no era la mejor idea. Entonces me regaló además algo que yo quería desde hace tiempo: un barreno inalámbrico para mis proyectos de lo que yo llamo “muebleterapia”. Gracias, mi amor.


Es muy liberador que ahora todos los que viven bajo mi techo saben que me estoy esforzando. Mis hijos me apoyan y evitan ser piedras de tropiezo para mí. Entienden que ya no cocino como antes y que a veces necesito retirarme de la mesa antes que ellos para evitar el picoteo. Todos mis parientes saben que me estoy cuidando, y al ir viendo resultados, han ido apoyándome cada vez de mejor forma.


No pensaba compartir mi historia con el mundo en general, pero algunas personas cercanas a mí me incitaron a que lo hiciera, y me animé. Hoy vi con sorpresa que el post de ayer alcanzó a 341 personas y mi hermana lo compartió en su muro de Facebook. Empiezan a seguirme amigos, familiares y algunas personas que yo no conozco. Esto me da nervios. Nunca pensé que compartiría algo tan personal y que muestra cuán vulnerable soy… Pero ya me tiré al agua. El saber que me han leído me llena de humildad.


Gracias a todos los que me han apoyado porque los siento a mi lado como aquellos espectadores que se deciden a correr un pedacito de carrera a la par del corredor para darle ánimos para que pueda seguir avanzando. Quiero que sepan que leo cada comentario que hacen en el blog y por Facebook, y se los agradezco. Me recuerdan que no es necesario ser perfecta para ser amada.

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