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Sigo siendo yo (con algunos aprendizajes)

Ahora que los indicadores de mi cuerpo dicen que llegué al peso que es óptimo para mi cuerpo, me he entretenido en ver fotos de antes del adelgazamiento y del después. Para eso, reviso mi archivo de fotos y encuentro, junto a lo que busco, muchas otras fotos en las que no aparezco, pero representan quien soy, y la forma en la que he ido construyendo mi vida. Veo fotos de mi casa, del jardín, de mis amigos, de mis amores, de mis proyectos, y me sirven para comprobar que sigo siendo la misma persona, en una versión mejorada, más adecuada para poder seguir disfrutando de mi vida por el tiempo que Dios me de, sabiendo que, de ser posible, no moriré antes de tiempo por causas prevenibles.

Cuando veo las fotos de arriba, en ambas me veo feliz, disfrutando del momento, abrazada a alguien que me quiere. Soy la misma esencia, pero en un estuche mejorado.

Las 4 fotos anteriores fueron tomadas todas el año pasado, primero en marzo, luego en mayo, en agosto y en noviembre. Sí, todas soy yo quitando poco a poco lo que estaba de más para irle dando oportunidad de mostrarse como la imagen que yo siempre tuve en la cabeza de mí misma. No hay para mi mejor piropo que encontrarme a alguna compañera de colegio o de universidad y que me diga, tras 25 años de no vernos, que estoy igualita. Se perdieron mis años perdidos.

Cuando veo las fotos del antes no puedo creer que cuando estuve así de gorda, me veía al espejo y no veía la imagen como era, sino como estaba en mi cabeza. Siempre me vi con cariño, y no les miento cuando les digo que no lograba ver el tamaño del que estaba. Es cierto, la ropa me decía que necesitaba tallas cada vez más grandes, pero mi cabeza me decía que si había subido tanto de peso, sin trabajo de mi parte, igual bajaría sin trabajo. ¡Qué mentira!

Estando gordita, me veía al espejo y me sentía bien conmigo misma. De pronto veía fotos y pensaba, "¡Pero qué horrible salí" Ese definitivamente es un mal ángulo para mí" o "qué mal tomada esa foto" y procedía a esconderlas porque eran una vergüenza.

Me he visto toda la vida y al comparar las dos fotografías, me cuesta creer que la nueva yo salió de la de antes. Trato de ver la foto del antes queriendo encontrar en la imagen de la gorda los rasgos de la flaca pero no los veo. La flaca estaba encerrada en el calabozo de mi incapacidad de verme como estaba en realidad, pero finalmente, tras 11 meses de cuidarme y aprender acerca de lo que me pasa, salí a la luz.

Salí yo, porque la flaca siempre he sido yo. La gorda de la izquierda nunca fui yo, jamás me identifiqué con ella, pero el mundo de los últimos 15 años no sabía que existía.

Si definitivamente no me identifico con la gorda (¡Esa no soy yo!) y tampoco me creo a la flaca (porque estuvo guardada tantos años y apenas aparecía de vez en cuando, para ser absorbida de nuevo por la gorda), con quien me identifico ahora? He allí el dilema.

Antes era flaca sin necesidad de cuidado. Luego, fui gorda sin necesidad de descuidarme. ¡Eureka! ahora veo que el punto en común entre la flaca y la gorda era la falta de intención en estar como estaba.

Tomó unos días darme cuenta pero ya encontré con quien me identifico ahora: ni con la flaca ni con la gorda. Me identifico con la que se cuida. Con la mujer responsable y exitosa que ahora sabe que estar bien requiere intención, atención, y cuidado constante y se hace responsable de sus resultados. Mi esencia, mi alma, sigue siendo la misma. La nueva yo, esta versión 2.0, no es ni la flaca, ni la gorda: es la que conoce su problema, ha aprendido a cuidarse, y ha venido para quedarse.

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