Cuando me va mal con la pesa
Aunque trato de contarte siempre cosas buenas, no siempre puedo, como hoy, que llevo una semana batallando con el peso. No puedo hacerme de la vista gorda porque yo me peso todos los días. Hoy nuevamente me fue mal con la pesa.
Cuando me va mal con la pesa, me siento frustrada. Y no me gusta sentirme frustrada.
Llevo una semana intentando revertir los efectos del fin de semana pasado, pero en lugar de lograrlo, he acumulado más peso. La pesa me lo dijo esta mañana y tengo terror de empezar a recuperar lo que me costó tanto tiempo perder. Estoy en estado de alarma de ver que no estoy logrando la disciplina que me llevó al éxito. Eso también me lo dijo la pesa.
Parte de lo que se requiere en Plusvida es que el paciente se pese recién levantado. Como me peso muy temprano en la mañana, la pesa me da sus noticias antes que los buenos días de mi familia. Y sin notarlo, marca el tono de todas mis interacciones con la gente y con el mundo.
Hoy, por ejemplo, la pesa me dijo que, aunque hice esfuerzos ayer durante muchas horas, paré comiendo pastel de cumpleaños a las 10:30 de la noche en una fiesta y me lo cobró con 1.4 libras de más, que me llevan a estar casi 4 libras sobre mi techo. Eso me entristece, me enfurece y me hace sentir incapaz. Y cuando me presento con esa actitud frente a la vida… qué feo! Aunque trate de estar alegre y entusiasta, se siente de mentiras porque lo es. Por dentro, he perdido la paz.
A la pesa no le importa que me haya preparado con días de anticipación al fin de semana, que haya salido a caminar, que haya escuchado grabaciones, que haya tenido que masticar chicle mientras cocinaba para no probar la comida. Le importa que comí lo que no debía.
A la pesa no le importa que a ratos siento que pierdo la razón, que odio estar pendiente de lo que me meto a la boca, que me entristece sentirme diferente a los demás y de que me sienta fracasada de saber que mis esfuerzos y mi enfoque constante no están rindiendo los frutos que deberían.
Hoy es domingo y mi esposo y mis hijos desayunan sin mi, porque yo no me siento capaz de sentarme con ellos y no meterme a la boca de forma distraída lo que no debo. Así que estoy castigada, haciendo trabajo de escritorio cuando debería estar con ellos. No es su culpa, y quizás tampoco la mía: es la pinche relación complicada que tengo con la comida y con la pesa. Mientras esté en problemas con la pesa, será difícil estar en paz con el mundo.
Empiezo a fantasear que un milagro pueda devolverme de golpe a mi rango, y como eso es peligroso, declaro corte y abstinencia de tres días: corte con lo que está de más: comida, actitudes desbordadas, tristeza desmedida… me cueste lo que me cueste (como no presentarme a los tiempos de comida en familia) y abstinencia de pesa. Necesito recuperar la paz. El jueves nos vemos de nuevo.