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Happy hour

7:30 – 10:30 – 1:30 -4:30 -7:30

De todas esas, mi happy hour es la de las 10:30. Es mi consentida. Hoy me di cuenta. Todas esas horas me encantan, todas se agradecen. Esas son mis horas de comer durante el día. 5 veces al día, cada tres horas, esté donde esté, haciendo que esté haciendo.

Entre comida y comida, no hay comida.

Entre comida y comida, lo que hay, es la vida.

Es simple, ¿verdad? Realmente simple y sin embargo, era algo que hacía falta en mi vida: estructura, poner las cosas donde deben estar.

Este es un cambio que al principio del cuidado, me fue bastante difícil.

-¿cuántas comidas al día te pusieron? – me preguntó una vez Marcelo, en alguna de mis crisis

-5. – Le dije- Pero no insultes mi inteligencia diciéndome que una fruta califica de “comida”. Para mí, comida es un sándwich, un trozo de pastel, una lonchera de colegio. Una manzana es un tentempié que no merece ser elevado a dignidad de “comida”.

¿Piensas así? Ahora sonrío al ver que ese fue uno de mis pleitos con el tratamiento.

Es que mi tratamiento tiene una forma de comer tan simple, que califica de espartana. Poco simpática, ruda. Pero detrás, tiene muchas razones, tanta filosofía de por medio. Una de las ideas que la fundamenta, es que comemos alimentos que nos permiten ir bajando de peso en tiempo récord, y mantener tranquilas las ganas de comer más. Saben que hay alimentos que causan compulsión, y saben también que la comida sirve de tapadera para casi todos o todos los temas que preferimos no mirar, que anestesiamos y consentimos y hacemos manejables con comida. No es por nada que existen los confort foods. Por eso, cuando de verdad nos quitamos esa muleta, empiezan a aflorar los temas que nos toca aprender a atravesar. Cuando se come así, te asalta el hambre en cualquier momento y toca detenerte a pensar: No tengo hambre porque ya comí lo que necesito para estar bien. (Sabes que es suficiente porque te lo dijo tu nutriólogo, pero seamos realistas…no nos parece agradable). ¿Por qué entonces tengo hambre? ¿Qué siento? Y allí se destapa la olla de grillos: notas que estás estresado, o triste, o frustrado, o enojado, o ansioso, o feliz y que cualquiera de esas emociones se viven más fácil con comida. Pero como no hay comida, toca empezar a trabajar en cómo solucionas eso que te incomoda, y entonces, empiezas a encontrar las llaves a los candados que te tenían con la frustración del sobrepeso. No sucede de la noche a la mañana, pero comer así es la forma de dar espacio a que suceda.

Una forma de aprender a amigarnos con ese límite (el de comer poquitos y comidas que no nos nuestras favoritas), es hacer que el momento sea lo más agradable posible, y atesorarlo. Empecé a hacerlo por consejo de Plusvida, y se ha vuelto un pequeño ritual que me encanta. Además, ahora siempre me tomo un momento para agradecer por el momento y el alimento. Todos podemos hacer de nuestro lugar y momento de comida algo bonito.

En un día normal yo como así:


7:30 desayuno con mi esposo, mientras veo hacia el jardín, que tiene una fuente donde los pájaros llegan a bañarse y a tomar agua. Hay un árbol al cual le cuelgan canastas de flores que veo crecer botones y convertirse en flores. Tiene orquídeas que prometen ponerse de campeonato. Hablamos del día, de las noticias, de nuestros planes. Tomamos café caliente y aromático, nos acompañamos. Tranquila y pacífica felicidad conyugal, de la que se logra disfrutar después de más de 25 años construyendo nuestro hogar. ¿Qué como? 2/3 de taza de yogurt descremado, endulzado con edulcorante, con una cucharada de semillas de chia y una taza de café. Sí. Es poca cosa, pero la experiencia de comerlo así, no es poca cosa para mí. Me encanta.


10:30 Hora de la refacción. Mi happy hour. Para entonces, ya hice ejercicio, escuché grabación, dispuse mi día, y me siento a disfrutar el momento. Jalo una silla y me siento al sol, mientras disfruto del jardín, o de un libro. A veces, incluso me permito ver un pedazo de la serie del momento. Es “me time”, disfruto de estar sola. Me gozo mi manzana y mi café, o variaciones de licuados de fruta, siempre una taza de fruta y 1/3 de taza de yogurt. Si tengo mucha hambre, agua y gelatina de dieta también. Es mi rato.


1:30 Viene mi esposo a almorzar y compartimos juntos. Me tocan 4 onzas de proteína y alguna verdura. A veces pongo la mesa afuera. Comemos más rico o menos rico, pero la pasamos bien. A veces, salgo con alguna amiga o incluso lo paso sola, pero siempre hago que el momento sea delicioso.

4:30 De nuevo refacción. Si está mi hija, compartimos su día. Si no, paro lo que estoy haciendo y me gozo mi rato. Es la misma receta de la mañana. Entre la refacción y la cena, por lo general me toca resistir los embistes de antojos creativos que me atacan. A veces, gana el antojo, pero muchas veces gano yo. Eso es nuevo: llevo sólo dos años ganando estas batallas. Antes, si lo quería y lo tenía, lo comía.

7:30 bajo a cenar a ritmo de “it´s gonna be dinner son, it´s gonna be dinner son, I´ve been waiting all afternoon, its gonna be dinner soon!” qué alegría. Como los mismos elementos que al almuerzo: 4 onzas de proteína y alguna verdura. Ahora están todos en casa, platicamos, compartimos y doy por cerrado el día, con el alivio de no tener que volver a pasar por el campo minado de la cocina durante la noche.

Los días que no son típicos de actividades, sí son típicos de comida. Llevo lonchera u ordeno en restaurantes lo que necesito sin siquiera abrir el menú. A veces lo hago de buena gana, y a veces a regañadientes. A veces no lo logro. Sin embargo, la nueva yo tiene estructura y logra hacer lo que le toca casi siempre y eso es mejor que nunca.

Por ahora, acabé mi refacción, escribí esta entrada y me descubro pensando que hoy siento que comí lo suficiente, disfruté el momento y estoy lista para continuar y eso es de atesorarlo. Además, me siento feliz de haberte mostrado esto que antes yo no sabía.


Poco a poco me voy haciendo amiga de mi monstruo.

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