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La espalda, el vestido, la fiesta y el lobo feroz.

Ya te debía un reporte de mi situación. Nos quedamos en el golpe traicionero justo antes de la fiesta de graduación… golpe traidor que me hizo retirarme del ejercicio y de mi anhelo de estar en el peso justo que quería.

Hace una semana fue la fiesta y me la gocé. (Por cierto, te presento a mi hijo mayor).

Lucí mi vestido estando 3 libras más pesada que cuando me lo probé, pero me quedó como guante. El dolor de espalda lo corregí con una inyección de analgésico. Esa noche comí lo que quise, bebí lo que quise, bailé cuanto quise y participé de todo. Claro, subí un poquito de peso, pero muy para mi sorpresa, no fue mucho. Estoy agradecida y contenta por eso.

De la fiesta traje unos postres que sobraron y me pasé la semana completa picoteando trocitos de eso o de otras cosas. Sorpresivamente la pesa no subió significativamente.

El martes pasado me volví a caer de espaldas.

¿Puedes creerlo? Volví a lastimarme justo igual, en la espalda, más las rodillas. Tuve que hacer las paces con pasar dos días de reposo en cama. El viernes sería finalmente el acto de graduación, y yo estaría a cargo de una cena en casa. Me quedó con sólo un día para organizar la celebración, aceptando toda la ayuda posible para idas al súper, decoración, cocinar, etc. Gracias a los ángeles que tomaron de su tiempo y energías para hacerme la tarea más fácil. Que Dios los bendiga. Tienen mi enorme gratitud.

La cena salió linda comí, bebí y participé como quise y hoy que me pesé, resultó que no me fue mal. Pesé lo mismo que después de la fiesta, una semana antes.

Esto de comer fuera de mi plan y no hacer ejercicio sin tener consecuencias nefastas es nuevo para mí, así que me puse a pensar qué hice diferente para tener resultados diferentes.

Puntualmente fueron dos cosas:

1. Gocé las celebraciones, fluí en ellas plenamente consciente de lo que estaba haciendo, con alegría y sin culpa.

2. Me mantuve con pensamientos positivos de que todo estaría bien, que mi cuerpo podía manejarlo sin subir de peso.

Claro, al igual que en otras ocasiones, me cuidé todo el tiempo posible, sin embargo, estuve picoteando usando varias justificaciones: todos mis hijos están en casa, hubo bienvenidas, despedidas, celebraciones. No quería sentirme ajena. Y me fue bien con la pesa.

Pero…siempre tiene que haber un pero: habiendo cumplido con mis obligaciones sociales y maternales de la época, hoy quiero volver a mi cuidado, porque me hace bien, pero mi cabeza parece no estar de acuerdo. Con insistencia me tienta con sugerencias de comida... viandas que no quiero porque quiero tomar las riendas de cómo me comporto. Quiero mandar yo.

Eso me lleva a lo que quería decirte hoy: aún estando en mantenimiento, contenta con los resultados de estos días de desborde, el riesgo de haber aflojado un poco mi cuidado es que le abrí la jaula al lobo feroz, y si no corto con esto ya, las libras pueden empezar a acumularse otra vez.

Cuando las libras suben, significa que estoy perdiendo la batalla entre lo que de verdad quiero y lo que me sugiere mi cabeza. Salgo perdiendo y ya se que eso me causa frustración y me dificulta ser como quiero.

Ahora que he acumulado días mal cuidados, empezar a hacer las cosas como quiero me exige determinación y conocer cómo funciona el juego de mi atracción fatal con la comida. Ya sé que la cabeza siempre quiere desbocarse, y por eso, respiro profundo y me digo que no voy a pelear porque no hay nada que esté en discusión. Ya decidí lo que quiero hacer, y voy a hacerlo. Una vez más, empiezo a practicar el fino arte de decirme que no, para mantener este estado que me hace tanto bien.

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