¡Rayos!
Me atormenta la vergüenza. La conciencia me remuerde. Mi ego me castiga mientras me señala con el dedo y me dice “por tu culpa”. El instinto de preservación me urge a quedarme callada y hacer cara de inocente como si aquí no hubiera pasado nada, a esconderme como avestruz de nuestros tiempos, o sea, ausentarme del ojo público y así aparentar que todo está OK. (OK como en “zero killed, nadie se murió).
Pero me trago la vergüenza por el bien mayor: compartir contigo que ya entendí lo que me sucedió y por qué…
Si bien muy poca gente aprende de la experiencia ajena, al menos quizás pueda ayudarte a entender ese extraño y espantoso fenómeno de meter la pata con frecuencia y a lo bestia al intentar mantenerme en el peso y con una actitud saludable.
Aquí te va la confesión vergonzosa (me tapo la cara y digo entre dedos): subí 5 libras en 6 días y me llevé por delante mis propia barrera de lo permitido. Me siento una fracasada. Yo. Yo metí la pata pero a lo bruto. Yo, quien llevo años aprendiendo el arte de cambiar de vida. Yo, que he enfrentado mis demonios muchas veces. Yo, que he ido construyendo una nueva naturaleza que me ayuda a estar mejor. Yo, que ya debería saber cómo es esto.
Cargada de vergüenza y susto me puse a analizar por qué llegué otra vez a pesar lo que no quería aún teniendo un importante camino recorrido. Te lo cuento despacio por si tú puedes reconocerte en estas líneas.
Regresemos un mes. Venía la fiesta y me estaba portando bien, redoblando mis cuidados para “graduarme” al mismo que mi hija del colegio. Luego el golpe traicionero y la frustración. Luego la aceptación de tener que descansar, y llegó el gran evento. Comí lo que quise y la pesa me acompañó comprensiva. Hasta allí te quedaste. ¿Qué pasó de ese día para ahora? Es importante entenderlo para que no me vuelva a pasar y para evitar que te suceda a ti.
Lo que pasó fue que seguí abusando de mi suerte, con algunos motivos muy justificados y otros ciertamente descabellados.
Yo sabía que me iba a salir de mi plan nutricional el día del evento, y mi intención era retomar mi cuidado al día siguiente. Pero, si voy a ser honesta, confesaré también que no me dio la gana cuidarme al día siguiente. Total, la pesa fue mi amiga, y habían postres que no compraría nunca jamás otra vez. Quería comer más antes de regresar a la “dieta”. Estaba medio en actitud juguetona de pecar más antes de volver, cuando me caí por segunda vez. No pude hacer ejercicio. Mis hijos estaban en casa. Este fin de semana fue el último con todos…¿realmente quería sentirme diferente a ellos comiendo como paria social? El domingo en la mañana amanecí peligrosamente cerca de mi peso el el que normalmente me espanto y regreso al orden… pero en la noche tuve un ataque chocolatoso. Si necesitas definición, es eso de tener un deseo imperioso de comer lo que normalmente resistimos, y buscarlo cual sabueso hasta encontrarlo, para luego devorarlo a lo bestia. (por cierto, si te estás cuidando, es posible que te escondas a comerlo. Y si no te estás cuidando, que lo comas con descaro y felicidad) . Me senté a ver tele con mi pequeña pensando que comería un puñado de chocolates. Pero me comí dos, y tres, y cuatro… y no quería parar. Lo disfruté. Al día siguiente habría querido no pesarme, pero había hecho las paces con la posibilidad de haber subido algunas onzas y estar en ese peso de “hasta aquí y ni una onza más”. Con horror descubrí que la suerte se había acabado y mis locuras me pasaron la factura: 3 libras de más de la noche a la mañana, literalmente. La mañana anterior estuve a 0.2 libras de decir paro aquí… y al día siguiente me quedé con la boca abierta al darme cuenta que pasé sobrevolando mi límite sin siquiera verlo, para encontrarme 3.2 libras del otro lado de la cerca, con el ego señalándome como tirano y sintiéndome peor que una vil cucaracha.
¿Regresé a mi cuidado el lunes? Quise hacerlo pero no… era la celebración del día del padre. ¿Cómo iba a acompañar a mi esposo a un fino restaurante cargando mi lonchera? Y ya que estaba allí, ¿De verdad iba a despreciarle un vinito? ¿Lo iba a dejar solo comiendo postre? No contenta con eso, me encontré en la tarde escondida para comerme una porquería de cajita.
Si me vieras la cara en este momento verías mi honesta y sincera pena por lo sucedido. Pero creo que de todo esto germinó una perla de conocimiento o dos que necesito compartirte.
¿Has conocido tú alguna persona que es un encanto, eficiente, funcional, trabajadora, pero de vez en cuando desaparece del radar, falta a su trabajo, se pierde por semanas o meses hasta que finalmente regresa y dice: “Es que volví a tomar”? Yo sí. (Respiro, pauso, me tapo la boca, abro los ojos como plato y digo): “ ¡Oh por Dios, esa soy yo!… no con el trago, pero con la comida. Decido comer algo, creo que mañana me cuido de vuelta, pero me encanta, la gozo, no quiero parar y luego no puedo parar. ¡Rayos! Me comporto como adicta.” (No estoy lista para aceptar que soy adicta. Pero puedo ver que la comida se me va de las manos y que este problema es más fuerte que mis mejores intenciones). Ahora pienso que él o la alcohólica decidió tomar el primer trago o dos o tres… y luego no quiso o no supo parar. Como yo. Por algo dicen que el alcoholismo es una enfermedad. Quizás esta persona por experiencia ya sabía que si empezaba a tomar le costaría detenerse, pero la voluntad le faltó en algún momento, o encontró un motivo suficiente para acceder a tomar. Cualquier parecido con mi realidad no es pura coincidencia.
Cuando llegué a Plusvida, me dijeron que la condición para que el tratamiento funcione es hacer de mi cuidado la prioridad, adaptar mi vida a mi tratamiento, no al revés. Normalmente me esfuerzo porque sea así. Ergo, ando con lonchera, tomo café con amigas en lugar de otras cosas, hago ejercicio antes de que empiecen mis actividades… pero si vuelves a leer desde el principio, verás que estas últimas tres semanas fueron de familia, de fiesta, de quedar bien, de entretener. Fui más mamá, fui como era antes, que me quedaba de último y me volví gorda. ¡Rayos! Con las mejores intenciones, dejé de ser mi prioridad, y el resultado está en la pesa, en la cintura de mis pantalones, en los gorditos que se acumularon justamente donde yo los siento. ¡Rayos! No sé todavía como ponerme de primero Y ser la mejor versión posible de esposa y mamá.
Faltaría a la verdad si te dijera que hacer conciencia de estos dos puntos me devolvió la paz y todo es ahora más fácil. Ni la una, ni la otra. Pero gané una nueva dimensión de respeto por lo que me pasa. Me comporto como adicta y todavía no lo sé manejar. Como dije antes, se trata de hacer bien para estar bien. Se baja diciendo que no… y ahora una más: fácilmente pierdo el control.
Como borracha, pasé días con la conciencia adormecida, hipnotizada. La pesa me espabiló a pura bofetada. Con la cola entre las patas retomo mi cuidado. Después de todo, en la vida se trata de aprender, y como dice Marcelo, no hay rebote, sólo recaídas.