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Meh...

Meh...

Esa es la expresión que dicen mis hijos cuando algo no está ni súper bien, ni terrible. Está meh. Meh es algo así como un punto medio, no realmente agradable. Meh puede estar una fiesta con un ambiente más o menos, una película que no huele ni apesta. Meh puede estar el estado de ánimo.

Meh me sentí hace unos días cuando comí lo que no debía y compré una vez más que la pesa cobra cada travesura.

Cuando me cuido, no me siento meh. Me siento feliz si bajó la pesa, triunfal si alcancé una meta, furiosa si no veo resultados o impaciente si el descenso se tarda más de lo deseado. Pero no meh.

A los meh no se les quiere ni en el cielo ni en el infierno. Meh se parece al opuesto del amor, que es la indiferencia. Meh es cómo caminar con pereza en lugar de soltar el vuelo.

Meh me sentí hace unos días por haber comido fuera de mi plan. Por primera vez veo que eso que causa un instante de placer provoca horas o días de meh.

Meh, meh, meh...

Al menos ahora lo se. La venda de los ojos me la arrancó Plusvida. Meses en tratamiento y hoy que vi el número de la pesa, 1.2 libras más que ayer provocadas por un desborde de minutos, lo primero que pensé es “no puede ser cierto. La pesa se equivocó y mañana va a corregir su error”. Eso pensé muchas veces mientras subía y subía durante años. Old habits die hard.

Mi nueva forma de ver las cosas aún está muy fresca, superficial, comparada con años de entender las cosas de un modo que no me ayudaba.

¿Será que tardaré años en hacer el cambio real, en dejar de “fingirlo hasta lograrlo?” No lo se. Pero sé que lograrlo se construye día a día. Hora a hora. Sin descuidos.

Me falta fingir con más seriedad cada día. Cuidarme como si en serio es esta mi nueva naturaleza, durante mucho tiempo, para que se vuelva honesta, auténtica, mía. Solo así podré mantener lo que tanto me ha costado.

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